viernes, 16 de octubre de 2009

CAPITULO 10
Edmond, unido a la Guardia Imperial, avanzaba hacia el sur, desde Aranda, adonde había llegado el Emperador el día 23. El despliegue y avance de tropas bajo la directa supervisión de Bonaparte, estaba siendo una cuestión delicada por el desconocimiento cierto que las patrullas de reconocimiento tenían de las fuerzas enemigas...

El teniente Mercier había recibido órdenes de actuar como patrulla de avanzadilla por delante del resto del Ejército. Era mediodía y junto con Henry y el resto del destacamento, tras abrevar los caballos en el pequeño río que acababan de cruzar por un pequeño puente de piedra, decidieron hacer un alto para comer algo.

No muy lejos, divisaron una pequeña torre, un campanario, no se distinguían edificios, más bien parecía un asentamiento de campesinos con pequeñas casas desperdigadas. El lugar no parecia peligroso y se dirigieron hacia allí con precaución en busca de viandas

- Buenos días mujer- saludó Mercier intentando no causar temor en la joven que apareció por detrás del cobertizo de la pequeña casa a la que habían llegado - ¿donde estamos? ¿podrías darnos algo de comer a mis hombres? -preguntó en tono suave, con un mal español, pero desplegando galantería...

La mujer, de unos treinta años, de piel morena y cabello negro cayendo a la espalda, se mantuvo temerosa a cierta distancia de aquellos soldados de los que tantas barbaridades había oído...

- Milagros, en la comarca de Valdeherreros...ese es el Río Riaza...-dijo señalando con un gesto de la cabeza- no tengo mucho ni para tantos pero queda algo de lechazo de ayer y vino de estas tierras...

-Seguro que será suficiente-replicó Edmond inclinándose sobre el borren delantero de su silla y echándose la mano al impresionante colback- Henry, ordena a los hombres que desmonten.

Edmond y Henry se habían aposentado a un lado de la pequeña habitación que en semipenumbra, servía como estancia principal de la casa, el resto del destacamento había quedado fuera, junto al establo, donde estaban abrevando y forrajeando a las cabalgaduras. El frío calaba pese al hogar encendido que había al otro extremo de la habitación.

-Mujer, sírvenos un poco más de vino...

La petición del teniente quedó sin contestar, dos estallidos secos resonaron y a continuación voces y algarabía.

-¡Nos atacan!

Edmond y su compañero saltaron de sus banquetas saliendo al exterior, justo en el momento en que varias descargas impactaban en el umbral de la puerta haciendo restallar astillas en la madera. Los hombres de Mercier corrían de un lado para otro intentando ponerse a salvo, cubriéndose del fuego que de manera esporádica cruzaba el establo.
-¡A los caballos!-gritó Mercier intentando tomar el control al tiempo que cebaba su pistola y devolver el fuego -¡A los caballos, fuera de aqui, fuera de aquí!







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