domingo, 18 de octubre de 2009

CAPITULO 11
Los primeros disparos de mosquetería rompieron el tenso silencio, y las primeras bajas gabachas abrieron huecos en las filas, que eran inmediatamente reemplazadas, procurando mantener a duras penas las marciales formaciones en línea, pero aquél no era terreno para la organizada guerra de Napoleón.
Por el despliegue, Antón calculó que tenían enfrente unos cuatro batallones de fusileros, unos 2.400 hombres aproximadamente, que avanzaban de manera dificultosa bajo el fuego graneado de los guerrilleros -unos 4.000 hombres había escuchado la noche anterior a un oficial- que además se encontraban apostados en los barrancos y rocas, y apoyados por seis piezas de artillería.

Lo abrupto de aquel barranco, y la disposición de las fuerzas de guerrilla, impedían el despliegue de aquellos fusileros.

Martín apuntó y disparó, quedó impresionado, donde hacía un momento había un rostro, ahora había un trozo de carne sanguinolenta que caía a unas decenas de metros de donde se encontraba.
Hasta ese momento había participado en escaramuzas contra los franceses, pero era la primera vez que mataba a uno. Era la primera vez que veia la muerte cara a cara.

- ¡No te vengas abajo, boquerón! - escuchó que a pocos metros le decía Curro, llamándolo por el apelativo con el que se conocía a los malagueños- acuérdate de tu hermano, a él lo mataron sin razón, pero ese malnacido extranjero, seguramente lleve muchos de nuestros muertos en su jodida mochila...


Justo en el momento que se giraba mientras cargaba de nuevo, dos franceses se avalanzaron hacia él, uno de ellos resbaló en el verdín del musgo húmedo, perdió el equilibrio y cayó, el otro fué derribado de un culatazo de arcabuz por Anton, que saltó como un felino sobre él por encima del propio Martín, quién reaccionó y acometió con el mosquete a medio cargar contra el otro francés caido.

El ambiente empezó a llenarse de humo proveniente de las sucesivas descargas, los gritos de dolor, los disparos de mosquete crispaban el aire.

Los franceses, fusileros al mando de Savary, en lugar de seguir avanzando en columna abriéndose camino hasta Sepúlveda, que hubiera sido lo lógico y lo militarmente aconsejable, para tomar la plaza, se habían desviado hacia el este, y estaban entablando un desigual combate con la feroz guerrilla, conformada por unos cuatro mil hombres apostados en abanico detrás de cada árbol, de cada tronco, de cada roca, de cada zanja del terreno.

Esa, no era la guerra de los generales de Napoleon...pero desde aquel 2 de mayo, los franceses habían conocido otra manera de hacer la guerra, una guerra feroz, despiadada, fuera del orden de aquellos emplumados mariscales, fuera de las ordenadas formaciones, de las gloriosas cargas de caballería, aquella era una guerra de hombre a hombre, de casa a casa, una guerra en la que había que tomar cada árbol, cada roca, cada barranco, porque dejar un enemigo atrás podía significar la muerte...

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