domingo, 4 de octubre de 2009

CAPITULO 9
Aquella mañana había amanecido fría, húmeda, y había que proseguir la marcha, aquel 25 de noviembre había llegado la noticia de la derrota de Castaños, el héroe de Bailén, en Tudela, a manos del Mariscal Lannes y desde allí se decía que, desperdigados venían a través del Camino Real desde Aranda, los restos de las tropas de línea españolas. La partida de Antón, con Martín formando parte de ella, se dirigía con el resto de aquél ejército que se había improvisado y que tan lentamente avanzaba, hacía Sepúlveda, allí, la idea era fortalecer la plaza, al mando del General Trías para detener a Napoleón.

- No confío en estos señoritingos de entorchados y charreteras -comentó Alonso- ¿donde estaban cuando esa mala bestia de Murat arrasó Madrid? ¿y ahora? míralos ahora, tenemos a ese maldito enano con infulas a las puertas de Madrid, y aquí estamos, marchando a paso de paseo...míranos, ni ejercito tenemos, y pretenden pararle los piés al gabacho...
-¡Calla y camina! - le espetó Antón - no estamos aquí para desconfiar de nadie, sino para borrar del mapa a esos herejes...Martín los escuchó y se volvió, le dirigió una mirada a Alonso...
- ¡Yo no necesito generales para saber en que barriga tengo que clavar mi toledana! ¡Ni todos esos tampoco! -agregó señalando a la ingente masa de hombres mal vestidos y peor equipados que les rodeaba - ¡todos sabemos que tenemos que hacer y contra quién, y a eso hemos venido! ¡déjate de monsergas y apura el tiempo, procura , mantener seco tu mosquete que será lo que te salve el pellejo, y no tus malditos generales!

Martín y el resto de la partida, se habían unido al grueso de las fuerzas que defenderían Sepúlveda. Las partidas de avanzadilla informaron que el mismo Napoleón había ordenado a Savary que atacara, y para ello, enviaba a dos regimientos de fusileros de la mismisima Guardia Imperial que se habían unido a la caballeria de Lasalle, la partida de Antón se encontraba al este de Sepúlveda, justo en el punto donde convergerían las fuerzas francesas.

Sin embargo, Sarden, brigadier al mando de las fuerzas en Sepúlveda (y que para mayor escarnio de los gabachos, era francés), había desplegado bien las pocas tropas de que disponía, con intención más de estorbar y retener, que de repeler el ataque.

La partida de Antón se había apostado entre las rocas, después de haberse encaramado a través de las paredes y estrechos pasajes que serpenteaban las laderas de la montaña.

- Esos malditos gabachos, vienen directos hacia aquí, creo que nos vamos a entretener un rato - comentó Antón preparando su arcabuz y acariciando la siete muelles.- No creo que podamos hacerles frente, son al menos cuatro batallones, y nosotros somos cuatro gatos...-comentó Curro.


- Si -interrumpió Martín- pero eso no lo saben, además tenemos orden de hacer de moscas cojoneras, y a eso si que no están acostumbrados esos emplumados...Bueno muchachos, preparados, vamos a darles un poco de plomo español, a ver de que son capaces...


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