miércoles, 2 de septiembre de 2009

CAPITULO 6

Madrid era una fiesta cuando Martín entró en la capital, arcos triunfales, guirnaldas, corridas de toros, el ejército procedente de Valencia y Murcia, había entrado triunfante, y el mísmisimo Castaños, ¡el héroe de Bailen! al mando de su victorioso ejército de Andalucía, había hecho su entrada por la Puerta de Atocha y se gritaban por todas partes ¡vivas! al Rey Fernando...

Martín no entendía de política, sólo de su familia, y de sus aperos de pesca pero se decía que el Rey Fernando seguía en manos de Napoleón, y eso, no presagiaba nada bueno, en cualquier caso, los acontecimientos pasaban ante el malagueño sin pena ni gloria, como si los contemplara desde el palco de un anfiteatro.
Había llegado a Madrid buscando a su hermano, y en compañía de Curro, -el resto de la partida se había quedado en una vieja taberna del Arco de Cuchilleros para no levantar sospechas, no eran buenos tiempos para andurrear curioseando, pues nunca sabías quién escuchaba- después de indagar en el domicilio que figuraba en el remite de la carta que le habían enviado semanas atras, se habían dirigido a la Plaza de la Cebada, donde le dijeron que buscase a un tal Don Nicolás, que podría darle alguna seña de Manuel...


De allí se dirigieron a la aledaña calle de Toledo, donde se ubicaba la Taberna del Tío Andrés. Al cruzar el umbral. parecía que los sucesos que convulsionaban a España, no hallaban sitio en aquel lugar. Una mujer, voluptuseaba un baile acompañada por los sones de una guitarra y jaleaba a las palmas y los "olés" por los varipintos clientes que se amontonaban a su alrededor.


Encontraron a Don Nicolás al fondo, en una esquina en penumbra, tristemente iluminada por una pequeña lámpara de aceite, dando buena cuenta de una jarra de morapio valdepeñero.

Ante el gesto seco de invitación, Martín y Curro se sentaron a la mesa, de espaldas a la puerta. Por su rudo aspecto, parecía ser un hombre de unos sesenta años, robusto, con la cara surcada por las arrugas que da estar curtido por la vida. Durante la conversación masticaba el trozo de queso que acababa de cortar, al tiempo que, gesticulando de manera amenazante con la mano en la que sostenía la faca, desgranaba con rabia las respuestas a las preguntas de Martín

-Los gabachos se lo llevaron al caer la noche, decían que lo habían visto atacar a los señoritingos esos de las farfollas en las ropas, y según me han contado lo llevaron al descampado, detrás del Palacio del Principe Pío, para arcabucearlo, a él y a otros muchos ¡maldito Murat! ¡ordenó que no se diese sepultura a los cuerpos y allí estuvieron, amontonados sin ser atendidos ni siquiera de manera cristiana!, ¡mala puñalá le den a ese maldito Napoleón!...

Martín cabizbajo, con los ojos enrojecidos por la tristeza y por la rabia, escuchaba el relato...Curro, distraídamente lo observaba..., preocupado.
- ¿Sabe donde puedo encontrar a Anton Saldaña? conocía a mi hermano, y fué quién nos dió sus últimas noticias....

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