domingo, 25 de octubre de 2009

CAPITULO 12
Mientras liaba un cigarro, Tomás observaba al muchacho que le había acompañado los últimos meses, lo había conocido cuando ambos se alistaron en Madrid con el resto de Voluntarios que se manera urgente se había formado en Madrid, y a cuyo Segundo Regimiento habían sido asignados. Aún así, ninguno de los dos vestía el uniforme reglamentario de las unidades de Línea, sino que lo hacían a la usanza, calzón corto, faja encarnada, botín y zapato de becerro, zamarra de lana larga, sombrero calañés.

Ahora se encontraban a poca distancia de los gabachos.

El chico dio un respingo y levantó la cabeza, sobresaltado al escuchar el sonido seco e inconfundible de la arcabucería.

- Tranquilo -le calmó Tomás-, esos aún están a varias leguas de aquí, puede que sea en Sepúlveda, tengo entendido por lo que me dijo el Gallego que el pueblo está bien guarnecido y parece ser que el mísmísimo Napoleón viene hacia nosotros con todos sus soldaditos emplumados, no creo que pasen de aquí cuando lleguen, esos cañones destrozarán a esos malditos herejes... Los cañones a los que se refería Tomás eran las cuatro baterías que habían sido dispuestas a lo largo del camino que iba en paralelo a lo largo del río Duratón, desde el puente de piedra hasta casi alcanzar la Ermita de Nuestra Señora de la Soledad. Un total de dieciséis cañones que bloqueaban literalmente el camino de acceso, lo que haría prtacticamente infranqueable el paso de las tropas sin un desproporcionado y brutal número de bajas, que podría ser barrido por la metralla...
Se suponía que eso sería suficiente para parar a Napoleón en su avance hacia Madrid.

El chico volvió a su tarea, limpiando su arcabuz. Nunca había pronunciado una sóla palabra, ni un sonido, Tomás pensaba que era mudo, sin embargo, de manera paradójica tenía un agudo oído y entendía cada palabra que se le decía, ni siquiera sabía su nombre, se limitaba a llamarle chico, y él, respondía de manera absolutamente dócil.
No tendría más de diecisiete años, pero tenía en el fondo de sus ojos una expresión, una mirada que hacía suponer un terror que iba más allá de lo soportable por un crío de su edad. - ¿Sabes chico? creo que a ese maldito francés no le quedarán ganas de seguir por aquí cuando compruebe el recibimiento que le hacemos los españoles, esos que viene con él, viene por dinero, son un ejército pagado, pero nosotros, nosotros luchamos por defender nuestro suelo, y además -añadió haciendo un gesto con la cabeza hacia la pequeña ermita que había a unos cientos de metros- tenemos a la Virgen con nosotros.
El muchacho sonrío en silencio.








jueves, 22 de octubre de 2009

¡FELICIDADES POR ESOS 50 AÑOS!

domingo, 18 de octubre de 2009

CAPITULO 11
Los primeros disparos de mosquetería rompieron el tenso silencio, y las primeras bajas gabachas abrieron huecos en las filas, que eran inmediatamente reemplazadas, procurando mantener a duras penas las marciales formaciones en línea, pero aquél no era terreno para la organizada guerra de Napoleón.
Por el despliegue, Antón calculó que tenían enfrente unos cuatro batallones de fusileros, unos 2.400 hombres aproximadamente, que avanzaban de manera dificultosa bajo el fuego graneado de los guerrilleros -unos 4.000 hombres había escuchado la noche anterior a un oficial- que además se encontraban apostados en los barrancos y rocas, y apoyados por seis piezas de artillería.

Lo abrupto de aquel barranco, y la disposición de las fuerzas de guerrilla, impedían el despliegue de aquellos fusileros.

Martín apuntó y disparó, quedó impresionado, donde hacía un momento había un rostro, ahora había un trozo de carne sanguinolenta que caía a unas decenas de metros de donde se encontraba.
Hasta ese momento había participado en escaramuzas contra los franceses, pero era la primera vez que mataba a uno. Era la primera vez que veia la muerte cara a cara.

- ¡No te vengas abajo, boquerón! - escuchó que a pocos metros le decía Curro, llamándolo por el apelativo con el que se conocía a los malagueños- acuérdate de tu hermano, a él lo mataron sin razón, pero ese malnacido extranjero, seguramente lleve muchos de nuestros muertos en su jodida mochila...


Justo en el momento que se giraba mientras cargaba de nuevo, dos franceses se avalanzaron hacia él, uno de ellos resbaló en el verdín del musgo húmedo, perdió el equilibrio y cayó, el otro fué derribado de un culatazo de arcabuz por Anton, que saltó como un felino sobre él por encima del propio Martín, quién reaccionó y acometió con el mosquete a medio cargar contra el otro francés caido.

El ambiente empezó a llenarse de humo proveniente de las sucesivas descargas, los gritos de dolor, los disparos de mosquete crispaban el aire.

Los franceses, fusileros al mando de Savary, en lugar de seguir avanzando en columna abriéndose camino hasta Sepúlveda, que hubiera sido lo lógico y lo militarmente aconsejable, para tomar la plaza, se habían desviado hacia el este, y estaban entablando un desigual combate con la feroz guerrilla, conformada por unos cuatro mil hombres apostados en abanico detrás de cada árbol, de cada tronco, de cada roca, de cada zanja del terreno.

Esa, no era la guerra de los generales de Napoleon...pero desde aquel 2 de mayo, los franceses habían conocido otra manera de hacer la guerra, una guerra feroz, despiadada, fuera del orden de aquellos emplumados mariscales, fuera de las ordenadas formaciones, de las gloriosas cargas de caballería, aquella era una guerra de hombre a hombre, de casa a casa, una guerra en la que había que tomar cada árbol, cada roca, cada barranco, porque dejar un enemigo atrás podía significar la muerte...

viernes, 16 de octubre de 2009

CAPITULO 10
Edmond, unido a la Guardia Imperial, avanzaba hacia el sur, desde Aranda, adonde había llegado el Emperador el día 23. El despliegue y avance de tropas bajo la directa supervisión de Bonaparte, estaba siendo una cuestión delicada por el desconocimiento cierto que las patrullas de reconocimiento tenían de las fuerzas enemigas...

El teniente Mercier había recibido órdenes de actuar como patrulla de avanzadilla por delante del resto del Ejército. Era mediodía y junto con Henry y el resto del destacamento, tras abrevar los caballos en el pequeño río que acababan de cruzar por un pequeño puente de piedra, decidieron hacer un alto para comer algo.

No muy lejos, divisaron una pequeña torre, un campanario, no se distinguían edificios, más bien parecía un asentamiento de campesinos con pequeñas casas desperdigadas. El lugar no parecia peligroso y se dirigieron hacia allí con precaución en busca de viandas

- Buenos días mujer- saludó Mercier intentando no causar temor en la joven que apareció por detrás del cobertizo de la pequeña casa a la que habían llegado - ¿donde estamos? ¿podrías darnos algo de comer a mis hombres? -preguntó en tono suave, con un mal español, pero desplegando galantería...

La mujer, de unos treinta años, de piel morena y cabello negro cayendo a la espalda, se mantuvo temerosa a cierta distancia de aquellos soldados de los que tantas barbaridades había oído...

- Milagros, en la comarca de Valdeherreros...ese es el Río Riaza...-dijo señalando con un gesto de la cabeza- no tengo mucho ni para tantos pero queda algo de lechazo de ayer y vino de estas tierras...

-Seguro que será suficiente-replicó Edmond inclinándose sobre el borren delantero de su silla y echándose la mano al impresionante colback- Henry, ordena a los hombres que desmonten.

Edmond y Henry se habían aposentado a un lado de la pequeña habitación que en semipenumbra, servía como estancia principal de la casa, el resto del destacamento había quedado fuera, junto al establo, donde estaban abrevando y forrajeando a las cabalgaduras. El frío calaba pese al hogar encendido que había al otro extremo de la habitación.

-Mujer, sírvenos un poco más de vino...

La petición del teniente quedó sin contestar, dos estallidos secos resonaron y a continuación voces y algarabía.

-¡Nos atacan!

Edmond y su compañero saltaron de sus banquetas saliendo al exterior, justo en el momento en que varias descargas impactaban en el umbral de la puerta haciendo restallar astillas en la madera. Los hombres de Mercier corrían de un lado para otro intentando ponerse a salvo, cubriéndose del fuego que de manera esporádica cruzaba el establo.
-¡A los caballos!-gritó Mercier intentando tomar el control al tiempo que cebaba su pistola y devolver el fuego -¡A los caballos, fuera de aqui, fuera de aquí!







domingo, 4 de octubre de 2009

CAPITULO 9
Aquella mañana había amanecido fría, húmeda, y había que proseguir la marcha, aquel 25 de noviembre había llegado la noticia de la derrota de Castaños, el héroe de Bailén, en Tudela, a manos del Mariscal Lannes y desde allí se decía que, desperdigados venían a través del Camino Real desde Aranda, los restos de las tropas de línea españolas. La partida de Antón, con Martín formando parte de ella, se dirigía con el resto de aquél ejército que se había improvisado y que tan lentamente avanzaba, hacía Sepúlveda, allí, la idea era fortalecer la plaza, al mando del General Trías para detener a Napoleón.

- No confío en estos señoritingos de entorchados y charreteras -comentó Alonso- ¿donde estaban cuando esa mala bestia de Murat arrasó Madrid? ¿y ahora? míralos ahora, tenemos a ese maldito enano con infulas a las puertas de Madrid, y aquí estamos, marchando a paso de paseo...míranos, ni ejercito tenemos, y pretenden pararle los piés al gabacho...
-¡Calla y camina! - le espetó Antón - no estamos aquí para desconfiar de nadie, sino para borrar del mapa a esos herejes...Martín los escuchó y se volvió, le dirigió una mirada a Alonso...
- ¡Yo no necesito generales para saber en que barriga tengo que clavar mi toledana! ¡Ni todos esos tampoco! -agregó señalando a la ingente masa de hombres mal vestidos y peor equipados que les rodeaba - ¡todos sabemos que tenemos que hacer y contra quién, y a eso hemos venido! ¡déjate de monsergas y apura el tiempo, procura , mantener seco tu mosquete que será lo que te salve el pellejo, y no tus malditos generales!

Martín y el resto de la partida, se habían unido al grueso de las fuerzas que defenderían Sepúlveda. Las partidas de avanzadilla informaron que el mismo Napoleón había ordenado a Savary que atacara, y para ello, enviaba a dos regimientos de fusileros de la mismisima Guardia Imperial que se habían unido a la caballeria de Lasalle, la partida de Antón se encontraba al este de Sepúlveda, justo en el punto donde convergerían las fuerzas francesas.

Sin embargo, Sarden, brigadier al mando de las fuerzas en Sepúlveda (y que para mayor escarnio de los gabachos, era francés), había desplegado bien las pocas tropas de que disponía, con intención más de estorbar y retener, que de repeler el ataque.

La partida de Antón se había apostado entre las rocas, después de haberse encaramado a través de las paredes y estrechos pasajes que serpenteaban las laderas de la montaña.

- Esos malditos gabachos, vienen directos hacia aquí, creo que nos vamos a entretener un rato - comentó Antón preparando su arcabuz y acariciando la siete muelles.- No creo que podamos hacerles frente, son al menos cuatro batallones, y nosotros somos cuatro gatos...-comentó Curro.


- Si -interrumpió Martín- pero eso no lo saben, además tenemos orden de hacer de moscas cojoneras, y a eso si que no están acostumbrados esos emplumados...Bueno muchachos, preparados, vamos a darles un poco de plomo español, a ver de que son capaces...